Y ahí estaban, uno frente al otro, Barro y
Vapor.
Vapor era alta, por encima de la media,
delgada. El pelo le llegaba un poco más abajo que los hombros y tenía unas
pestañas largas que hacían que sus ojos parecieran enormes. Sonreía y se ponía
seria de manera intermitente, mirando a su alrededor, absorbiendo y observando
todo. A pesar de ser tan ligera como una brisa, se notaba que se ponía colorada
cuando reía. Sus mofletillos y sus pequeñas orejitas de soplido le daban mucho
carácter y personalidad a su cara, junto con su naricilla. Sus ojos verde oliva
siempre llenos de vida.
Barro, por otro lado, también era alto, pero más, aunque no
tanto como para que Vapor tuviera que mirar hacia arriba. Era grande en
general. Sus ojos eran marrones oscuros, como el chocolate 80% puro, intensos y
profundos. Tenía una nariz prominente, pero bonita.
Llegaba el
verano, y ahí estaban, uno frente al otro.
Barro se secaría
y agrietaría y Vapor se evaporaría y se desvanecería.
Barro sonreía, con una de sus sonrisas tristes. Cierto
gesto con las cejas o quizás el brillo de sus ojos le delataban. Vapor le
preguntó si estaba bien, a lo que Barro contestó que sí, que en todo caso
estaba tristón, no triste. Vapor le miró a los ojos y le sonrió. La sonrisa de
Vapor no sólo le iluminaba el rostro, sino que iluminaba todo a su alrededor, o
así se le antojaba a Barro. Y Vapor le
preguntó que por qué estaba tristón, que ni se le ocurriera estar triste porque
ella se fuera a marchar.
Y en ese
instante, Barro no pudo evitar sonreír más aún. “No” le dijo, “no es que te
vayas a ir, o que te vaya a echar de menos”. “Entonces, ¿qué?” dijo Vapor.
Barro sacudió la cabeza, pues llegó a la conclusión de que sí, eso era
exactamente, se iba a ir y la iba a echar de menos, pero no tenía sentido
perder un solo segundo más, así que se acercó a Vapor y la besó. Siempre
conseguía animarle lo indecible sólo con una sonrisa… Y luego ella le
preguntaba que por qué tanta obsesión con su sonrisa…
Siguieron
conversando sobre cosas sin la mayor importancia, o callados mirándose fugazmente.
Barro intentaba no mirarla detenidamente, porque Vapor decía que “no le
gustaba”, y le costaba no hacerlo, ya que por mucho que buscase a su alrededor,
en su vida no había nada tan bonito como Vapor. Y así pasaron un tiempo, entre
palabras, risas, sonrisas, miradas en silencio y besos. Hasta que Barro no
empezó a endurecerse y Vapor a desvanecerse, no se permitieron darse rienda
suelta.
Y ahí, en un
rincón, rodeados de una multitud de transeúntes de paso apresurado y mirada
perdida, se besaron por última vez, como si no hubiera mañana, como si
quisieran parar el tiempo… Besos con hambre, exactamente igual que la primera
vez.
Y unos instantes
después, Barro se encontró solo. Vapor se había desvanecido. Él sabía que había
iniciado un gran viaje, y se alegraba muchísimo por ella, pero los primeros
momentos de soledad estuvo a punto de llorar, no de tristeza, ni mucho menos,
sino por el torrente de sentimientos que surcaba su interior. Y así, poco a
poco se endurecía y dejaba de poder moverse. Pero no se sentía aprisionado. Su
corazón latía fuerte y era libre. Cerró los ojos y vio la sonrisa de Vapor, y
de nuevo no pudo evitar sonreír.
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