miércoles, 12 de enero de 2011

A la deriva - 03 - Cegado por el amanecer...

Cegado por el amanecer...

Poco a poco, recupero la vista.
Y me quedo sin aliento. Sin palabras. Sin poder moverme.

Una mujer... No. Una mujer no. Una diosa, y está frente a mí sonriendo.
Sus cabellos son rubios como los pétalos de la vainilla, su piel rosada y tersa, sus labios suaves y torcidos en una sonrisa cómplice, y sus ojos azules como el cielo del verano.

-Eres un mortal muy interesante -reconozco su voz, esa voz sobrenatural, dulce y melódica, es ella la que me ha guiado hasta aquí -. Aunque no pareces tan formidable como dicen padre y madre. Pero has hecho enfadar a los Gemelos del Mal, hasta parece que han dejado de pelear entre sí para perseguirte.

Quiero responder. Quiero preguntar mil cosas. Pero un nudo en la garganta me impide articular ni una sola palabra. Quiero saber quién es ella, dónde estoy, qué era esa tormenta.

-Soy... la diosa del amanecer. Distintos pueblos en distintos mundos me rinden culto. Y tengo muchos nombres. Unos me llaman Aurora, otros Alba, más al este me llaman Raokshana, en otros lugares me nombran como Shartes... Mis padres son el Sol y la Luna. Y estás en mi isla, puedes quedarte aquí el tiempo que necesites -dice haciendo un gesto con el brazo enseñándome la isla desde la vista privilegiada de la terraza natural.

Quisiera admirar el paisaje, pero sus ojos me tienen atrapado. Dependiendo de cómo le de la luz pasan de azul intenso a un color ámbar cristalino precioso.

Y vuelve a fijar sus ojos en mí:
-No hace falta que hables, puedo leer tu corazón, y me gusta lo que leo -dice con una sonrisa, pero inmediatamente tuerce el gesto y añade -. En cuanto a la tormenta. Es tu pasado. O más bien, la representación de los Infiernos y el Averno de tu pasado: tus remordimientos, la culpa, el caos y la maldad.

Hace una pausa, y noto en sus ojos una inmensa tristeza.

-Tu pasado, o más bien, los Infiernos y el Averno te perseguirán sirviéndose de tu pasado. En algún momento habrás de luchar y vencer o perder en el intento.
Pero has de saber que aún no estás preparado para la lucha. No todavía.

Vuelve a sonreír.

-Ahora come y duerme. Cuando estés listo, baja por el túnel y conocerás a tus nuevos mentores, si los aceptas.
Adiós.



Y desaparece ante mis ojos. Tengo tantas cosas que preguntar, tantas cosas que quiero y necesito saber... Tardo un rato en recomponerme. Cuando me doy cuenta de que mi mirada sigue fija en el punto en el que estaban sus ojos y que mi boca sigue abierta por el asombro, carraspeo mientras me froto los ojos. Me doy la vuelta, y a la entrada del túnel veo una esterilla hecha con hojas rosas y a su lado una cesta con frutas.

Como y duermo. Y mientras, no dejo de preguntarme sea conscientemente o soñando qué significa todo esto. Y si volveré a ver a la diosa en algún momento.

martes, 11 de enero de 2011

A la deriva - 02 - A merced del oleaje...

A merced del oleaje...

Y ahí estoy yo. Manejando el timón con gestos suaves, certeros... casi caricias cariñosas. Sorteando los arrecifes, hasta que el trueno me grita otra vez. La tormenta reaparece en un abrir y cerrar de ojos, haciendo que el oleaje pase de mecerme suavemente como en una cuna a balancearme salvajemente.
Miro al ojo de la tormenta, y le aguanto la mirada. Oigo una risa y un "te lo dije". Y después, oscuridad.

Oscuridad.

Y, tras un tiempo indefinido, escucho esa voz dulce que había elevado mi alma llamarme.
Abro los ojos, y escupo la arena de la playa que noto en la boca. Las olas que llegan a la orilla me mecen con ternura, como pidiéndome perdón por haberse puesto de parte de la tormenta.

Me levanto como puedo. Tengo la mano derecha hinchada y con un moratón muy grande en la muñeca.

La voz me llama, aunque no entiendo lo que dice. Pero sé que me llama. Avanza tropezando entre la vegetación, apoyándome de árbol en árbol. Al llevar un rato andando me doy cuenta de que me duele también el pecho, siento un ardor en el corazón. Necesito descansar, pero la voz me llama con más apremio aún.

Así hasta que llego a la entrada de una cueva al pie de una montaña. Si no calculo mal debo estar en el centro de la isla. La voz sigue instándome a continuar. Y yo ya poco tengo que perder. Sigo.

En contra de mis expectativas, la cueva no se adentra y desciende, sino que se adentra en la montaña y asciende. Las paredes del túnel están surcadas por raíces rosáceas que me permiten agarrarme a ellas cuando tropiezo y estoy a punto de caer, y aquí y allá hay setas de un color azulado que iluminan lo suficiente mi camino.

Hasta que vuelvo a ver la luz al final, y salgo a una especie de terraza natural formada en la montaña. Enredaderas de hojas rosas caen desde arriba, a modo de cortina. Por todas partes hay florecillas amarillas cuyo aroma me recuerda a la vainilla que tomaba siendo pequeño. Y en el centro hay un manantial natural de agua fresca. Me acerco para poder beber y lavarme un poco.

Pero antes de tocar el agua, al asomarme al interior de la fuente, veo algo brillar en el fondo. Meto mi mano derecha para cogerlo, y, al instante de haber introducido la mano en el agua, veo cómo desaparece el moratón y se baja la hinchazón ante mis ojos. Cojo el objeto, un amuleto circular. Y la voz vuelve a hablarme: "bebe". Bebo. Y, a la par que siento el agua fresca recorrer mi cuerpo por dentro, siento un calorcillo, el calor de la vida, rejuveneciendo mi alma.
El dolor del pecho desaparece y sólo queda un calorcillo similar al que sentía cuando de chiquillo me miraba alguna chica y me sonreía.

"Ponte el medallón", me dice la voz.
Lo hago.
Y una explosión de luz cegadoramente rosa y blanca me ciega...

A la deriva - 01 - Navegando a la deriva...

Navegando a la deriva...

Apoyo un pie en la barandilla de la cubierta, y miro al horizonte. Delante, hacia la derecha, se alza el sol. El barco está dejando atrás las nubes negras de una borrascosa tormenta. Acabo de salir de ella y no sé dónde estoy. Ni hacia dónde me dirijo. Y algo dentro de mí me dice que eso poco importa.

Miro hacia abajo, me hipnotizo observando cómo corta mi bajel el agua espumosa del mar del norte. Oigo truenos y me vuelvo. La tormenta amenaza. No sé si con perseguirme o con que no se me ocurra volver cerca de ella. Y suspiro. Poco importa. Afrontaré mi destino y las dificultades que me surjan.

Y oigo gaviotas. A lo lejos, aunque parece cerca, veo pequeños islotes, pero son demasiado pequeños y vacíos como para hacerme ilusiones de bajar en ellos.
Y de repente, más allá, oigo una voz que me arrastra... ¡oh, gran padre de los mares, Okéanos! Hace que mi alma se eleve por encima de mi cuerpo y de mi barco. Y vuela libre por un cielo azul limpio y sin nubes. La tormenta no se divisa ya por ninguna parte. Mi espíritu sigue el rastro de esa voz, paso por encima de los islotes que ví antes y... ahí está: una isla, pequeña también, pero con una cantidad de vida enorme.

Esta isla está llena de una vegetación rosácea y brillante... Y puedo apreciar, incluso desde el cielo, detalles preciosos repletos de vida. Ese tipo de detalles que sólo captan los artistas que trabajan con imágenes y las almas sensibles que aprecian su trabajo...

Planeo entre sus bosques, entre las ramas bajas y altas, enamorándome de este lugar, mucho más bello en su interior aún que visto desde fuera. Durante todo el paseo la voz me va guiando, hablándome y explicándome cómo es...

Me dice que vuelva, pero que no vuelva. Mi corazón me avisa que quizá es lo que me hace falta para estar completo, y a la vez que es muy complicado llegar hasta allí, y no está asegurada la felicidad. Mi alma vuela de regreso a mi barco y a mi cuerpo. Es entonces cuando veo los arrecifes que hay entre mi barco y la isla.

Y llego a mi cuerpo. Mi corazón físico late desbocado y casi jadeo. Ni lo pienso. Decido ir hacia la isla, a pesar de las pequeñas islas y de los arrecifes.
Me arriesgaré e iré a por aquello que el corazón me manda. Pero lo haré con movimientos suaves (tanto que parecerían tímidos a ojos de alguien externo) y con profundo respeto por la Isla y por los arrecifes.

Agarro el timón con ambas manos, respiro hondo, y pongo el rumbo...